Niño y Adulto
Cuando era pequeñito solía ver a los adultos como algo respetable. Podía acudir al adulto en caso de inseguridad, miedo, necesidad. El adulto, como Atlas, aguantaría todos mis problemas con tan solo una mano y, con la otra, me ofrecería cobijo y ayuda. ¡Así de fuerte era mi idea de adulto! ¡Así de poderoso era el adulto en mi mente! Todo adulto tenía esa capacidad hercúlea. Todo adulto, en mi infantil cabeza, tenía el mundo en orden y coherencia. El mundo era algo inmenso y lleno de peligros que esperan ser afrontados ... pero no para mí. Ante este adulto heroico se postraba un pequeño Gerard que no tenía claro lo que quería hacer. Sabía que algo no iba bien del todo, pero no veía el qué. Socializaba menos con mis compañeros y parecía distante. Los profesores, de hecho, decían que estaba en mi propio mundo o bien que carecía de interés completo por la escuela. Un pasota total, ese era yo. El tiempo aceleraba y yo, pequeñito, crecía poco a poco. ¿Cómo no iba a estar distante de