Niño y Adulto

Cuando era pequeñito solía ver a los adultos como algo respetable. Podía acudir al adulto en caso de inseguridad, miedo, necesidad. El adulto, como Atlas, aguantaría todos mis problemas con tan solo una mano y, con la otra, me ofrecería cobijo y ayuda. ¡Así de fuerte era mi idea de adulto! ¡Así de poderoso era el adulto en mi mente! Todo adulto tenía esa capacidad hercúlea. Todo adulto, en mi infantil cabeza, tenía el mundo en orden y coherencia. El mundo era algo inmenso y lleno de peligros que esperan ser afrontados... pero no para mí.

Ante este adulto heroico se postraba un pequeño Gerard que no tenía claro lo que quería hacer. Sabía que algo no iba bien del todo, pero no veía el qué. Socializaba menos con mis compañeros y parecía distante. Los profesores, de hecho, decían que estaba en mi propio mundo o bien que carecía de interés completo por la escuela. Un pasota total, ese era yo. El tiempo aceleraba y yo, pequeñito, crecía poco a poco. ¿Cómo no iba a estar distante de todo? Se nos vendía en discursos, charlas, clases que había gente que hacía grandes cosas, que era muy responsable, que estudiaba muchísimo y ganaba aún más. ¡Preparaos para Bachillerato! Nadie os ayudará allí. ¡Preparaos para la Universidad! Nadie os ayudará allí. El mundo externo era un sitio violento lleno de adultos independientes y completamente capaces de realizar las 12 tareas de Hércules...

Mentira. Primaria, ESO, Bachillerato, Universidad... todo eso tiene sentido cuando hay un claro objetivo. Si tratas al ser humano como un objeto, como algo frío, todas esas etapas tienen sentido. Quiero que el individuo Gerard produzca y genere riqueza, y por ello el camino más apropiado es ese... «¿Cómo? ¿Tiene inquietudes? Nada, que tire pa'lante. Ya lo solucionaremos con broncas y amenazas...». Sinceramente, no le veía el sentido al ritmo desenfrenado de conocimientos que recibía cada día. Dos horas de Castellano, luego Matemáticas, luego Historia, luego Educación Física... y de algún modo encontraba decepción en todos los campos. Me fascinaba la Historia, pero resultaba muy malo explicando, fecha por fecha y año por año, siglos y siglos en una pregunta de examen. Le veía cierta gracia a Educación Física, pero mi asma y mis desganas hacían estragos en mis notas. Vamos, que no veía claro el propósito de mi educación (y mi vida en términos utilitaristas) y, obviamente, se veía reflejado en las notas. Pero ningún profesor paro un momento a decir «Oye Gerard, que está bien no ser buenísimo en todo. No deberías compararte con X o con Y...» y fue más bien un «Tu hermano era mucho mejor en esta asignatura que tú». ¡Somos todos distintos, señor, es lo que hay!. Lo dejaré aquí, aunque solo os diré que el adulto que debería guiarme en el instituto (profesor) le dijo a mis padres que mejor no estudiase y que, si eso, debería hacer una FP y no Bachillerato. El niño no daba para más.

Pasó el tiempo. Crecí, sufrí y aprendí. Aprendí muchísimas cosas, a pesar de lo que debía hacer. ¿Recordáis la novela (y posterior película) El Señor de las Moscas? En ella, un puñado de niños acaba atrapado en una isla... ¡sin adultos! Los niños sobreviven, algunos mejor que otros, organizándose y asumiendo varios roles y papeles. Hacia el final de la novela aparecen los adultos que vienen a auxiliar y socorrer a los pobres niños. El final es la supuesta salvación de esos críos. Los adultos aparecen aquí, otra vez, como los salvadores, los héroes de todo esto. ¿Qué fin depararía la vida en la isla sin adultos? Pobrecitos niños... y lo bien que estaban, realmente. Pues yo, sinceramente, opino que ser rescatado por los adultos no es ninguna salvación. El mundo actual no es mucho mejor que la isla de los niños. El adulto, así en general, no es Superman ni un rol alguno.

El adulto no es más que una evolución pokémon (o digievolución) de los niños. Lo que quiero decir con todo esto es que el niño abusón, probablemente, seguirá siendo abusón después de la digievolución. El tímido, probablemente, conservará algún rasgo con el tiempo... pero no conservará lo de ser niño. Niño / adulto es algo temporal. Sin embargo la idiotez, muchas veces, es eterna. Ahora, ya adulto, me ocurre lo mismo que de pequeño: deambulo por la vida, sin un propósito claro y sin ver la luz. Entiendo ahora que el adulto es frágil como un niño. Uno puede ser frágil, inseguro, tímido... y no pasa nada. Incluso los más "exitosos" (ugh, odio esa palabra) tienen miles de taras. Es decir, el adulto es algo normal y mundano. No hay ídolos, no hay nadie ensalzado ni elevado.

Trabajo en una oficina y, en mi día a día, veo muchos comportamientos infantiles. Veo los berrinches de mis superiores que, al no saber gestionar sus emociones, entran en modo berserk. Veo a otros escaquearse del deber, no por falta de metas u objetivos, sino por pura pereza. Veo, veo... ¿Qué ves? Una cosita. ¿Y qué cosita es? Un adulto disfuncional, un niño atrapado en un cuerpo gigantesco y que viste con traje y corbata todos los días. Este adulto se pone una máscara, aparenta que es algo opuesto a lo que dice su niño interior, y parte a trabajar cada día. Todo está construido sobre una grandiosa mentira. Podría señalar muchísimos males: el transhumanismo, el capitalismo, la idea de progreso, la Ilustración... y no terminaría jamás. No estaría tan mal ser un niño en el Señor de las Moscas si no fuese porque todo está bañado de fascismo y el mundo en el que ya vivimos. There is no escape... or is it?

Como buen filósofo que soy no puedo ofrecer ninguna solución. Mi hermano muchas veces, ante un conflicto o un debate en las comidas familiares, pregunta: ¿Pero esto por qué ocurre? ¿Qué harías? Y no tengo respuesta. Soy una personita en una inmensidad. Mucho más minúsculo que las estrellas que iluminan el cielo (si es que puedes ver el cielo de noche, maldita contaminación). Tan pequeño soy que no tengo ninguna solución magnífica ni extraordinaria. Eso sí, puedo aceptar que no soy perfecto, que uno tiene sus defectos y que no se puede ser Newton, Hércules o yoquesé. No mentiré a los niños ni les venderé sueños de grandeza o metas surrealistas que, quizá, ni le interesen. Somos todos niños y, quizá, el primer paso es aceptarlo. Quizá toca hacer como Voltaire y cultivar un jardincillo, jugar con las plantas y los animales y hacer manualidades. Quizá toca hacer lo que uno puede, por pequeño que sea, y ya está.

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Allá por el año 1974, se envió al espacio el conocido Mensaje de Arecibo: contenía todo lo que somos los humanos, nuestra ubicación en la galaxia, nuestro planeta... Se lanzó al vacío del espacio, casi como un homenaje a lo que somos, sin esperanzas a recibir una respuesta. De ese mismo modo lanzo yo hoy esta reflexión, teniendo en cuenta que Internet es tan inmenso como el espacio y que yo soy tan minúsculo como la Tierra. ¡Adiós!

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