El Tipo, un bar y una calavera tallada

 II

Grandes postes de madera se alzaban hasta el horizonte en dirección norte a Monte Real. El Tipo no iba hacia allí, poco a poco se alejaba de la mayoría de rutas comerciales. Dejaba señales y marcas con el cuchillo por el camino: cruces, letras, runas, nombres, canciones. Dejaba un poco de sí mismo atrás. Uno nunca sabía cuando necesitaría retroceder por sus mismos pasos.

En su camino se interponía Le Lagon des Toussons, un inmenso secarral hundido en la tierra que aguardaba en su ruta, pero antes de eso debía reabastecerse de provisiones. Los frutos secos no le durarían mucho más y todavía menos el agua. Se decía en cancioncillas que el secarral des Toussons era antes un mar que separaba continentes enteros. Eso era antes de que los Mundos se movieran. Antes de muchas más cosas. A pocos millómetros El Tipo encontraría una gasolinera y esperaba de todo corazón encontrarla repleta de suministros para el viaje. 

No tardó en verlo. El Tipo sintió un leve escalofrío al ver dicho edificio. Un cartel de luces rojas y brillantes indicaba una palabra vacía de significado: "GAS". Hacía tiempo que no veía electricidad y su mente se trasladaba directamente a pasados remotos, a muchos millómetros de ese páramo. La luz era un lujo poco común. Siguió andando. Ante las puertas de la gasolinera vió unos cuantos ciclomotores aparcados, de aspecto oxidado y grasiento, pero sin polvo alguno. Uno de ellos tenía una pegatina que decía "Vosotros iréis al infierno, pero yo iré a Texas". Era una pequeña señal de lo que se encontraría dentro del local: una panda de gilipollas.

El Tipo llevó sus manos al cinturón. No tenía por qué disparar aunque, por motivos más que obvios, el tacto de cuero de la pistolera le hacía sentir tranquilo. Una mezcla de olores desagradables embargaron su nariz. Pis, sudor y licor. Unos cuantos tipos, cubiertos por sombreros y ropajes negros agujereados, ocupaban la mayoría de mesas. Giraron sus cabezas juzgando al recién llegado y él bajó la cabeza en un saludo silencioso. No quería problemas. Se acercó lentamente hacia la barra mientras ellos reanudaban sus charlas y partidas de cartas. Un tipo arrugado, con más grietas que el mismo desierto, le esperaba detrás de la barra.

—Bueno' día y dulce' sole', mesajero—dijo el dueño del local. El viejo, una uva reseca castigada por los soles y el tiempo, escrutó al mensajero con descaro. Los huesos del viejo crujían al más mínimo movimiento—. ¿Trae buena nueva?

—Hoy no—respondió El Tipo, al mismo tiempo que dejaba reposar su sombrero en uno de los taburetes delante de la barra—. Quiero comida, para hoy y para el viaje. Bebida, también. ¿Qué moneda necesita?

—Tamo' cerca de ciudade'... pué usar bala, billete o semilla' inclusive.

Lento y tranquilo como el mismo desierto, pensó El Tipo. Parece más cuerdo que los demás. Llevó una mano a uno de los bolsillos de su camisa y posó un fajo de billetes en la barra.

—Ma' que suficiente. Ara vue'vo —dijo el anciano, retirándose por un momento.

El local se encontraba en silencio de nuevo. El Tipo notaba todas las miradas clavadas en su nuca y algo le decía que no podría disfrutar de la comida con tranquilidad. Pronto volvió el viejo, con las manos cargadas de varias bolsas de cuero llenas de comida. Las posó en la barra, suficientes como para el largo trayecto. El mensajero se apropió de ellas. Semejante cantidad de comida no se veía todos los días. Cuando era más joven - en un mundo más verde y amable - ya había cargado con mucho más a sus espaldas... algo que quedaba muy lejos ya. En ese mundo verde la comida era más abundante y los soles más débiles.

—Ca'ne de cactu', cecina y una' cuanta ca'tiplora. 

Sonaron pasos detrás del mensajero. Una mano lo agarró del hombro y tiró de él. El Tipo se encontraba ante un hombre de piel podrida y ojos poco cuerdos. Vestía con harapos mugrientos, que cubrían la mayor parte de su piel, y también un gran sombrero negro. Era feo, tanto que la piel de su cara parecía desear salir corriendo del local.

—¿Yo no te he visto antes a ti? Eres el tipo que talló una polla en la frente de mi colega Barr—el tono hostil del hombre demacrado daba la razón al mensajero. En el local había gilipollas y presentía que no podría salir de allí sin gastar un par de balas mínimo—. No pensábamos encontrarte tan lejos de Memphis, pero parece que los soles brillan hoy a nuestro favor.

—Debe de haber sido un malentendido, no sé de qué me habla—respondió sereno El Tipo. Todavía mantenía una de sus manos en el cinto, por si las moscas—. Solo vine a por comida y agua, nada más.

Quizá fue el tono del mensajero o quizá fueron las ganas de pelea de ese tipo y sus amigos. El hombre demacrado silbó. Varias figuras se levantaron de sus mesas en dirección a la barra. Se mascaba la tensión. Una de las figuras, delgada y alta, se llevó sus manos al sombrero y lo retiró. Debajo del sombrero había otro tipo mugriento, demacrado, con unos ojos de loco inyectados en sangre. Su cara era flácida, imperfecta, llena de granos y pliegues.

—Es él, es el tipo del cuchillo que vimos en Memphis, pero... mucho más viejo—dijo el hombre alto. Sus manos se dirigían lenta y torpemente hacia el bolsillo interno de su gabardina—. Esta vez seré yo el que talle obscenidades en tu cabeza. No sabes cuánto odio el olor a pus de esta cabeza, tendré que probarme la tuya.

El Tipo no alteró su rostro, aunque sabía que estaban en lo cierto. Había sido cosa suya. Recordaba una noche, miles de soles atrás, en la que talló un pene en una calavera que encontró a las afueras de Memphis. Tallar en los huesos era una vieja costumbre de los samana, costumbre que había ido adoptando con el tiempo. Marcaba con su cuchillo los huesos de los muertos, inscribiendo su presencia en la tierra y en ese lugar. Era apenas un muchacho y, en un momento de borrachera, le pareció divertido tallar un pene. Quién le iba a decir a él que los muertos luego volverían a vagar los Mundos.

Sucedió todo a una velocidad extrema. Ráfagas estremecedoras invadieron la nada del desierto. El Tipo fue el primero en disparar, desenfundando a una velocidad increíble su pistola. ¡PUM, PUM, PUM! El segundo fue el viejo de la barra, que resultó tener una escopeta recortada bien escondida bajo la barra. Además de una escopeta también tenía cierta gracia y velocidad. ¡BANG! El tercero fue Barr, el tipo más alto, que solo alcanzó a rozar a bocajarro el macuto del mensajero. ¡BANG! El local sufrió pocos desperfectos y los tiros fueron más que certeros. 

Se hizo el silencio, algo necesario para restaurar el dolor de tímpanos de esas armas de fuego. Tanto el viejo como El Tipo se miraron de reojo, ambos en el mismo bando. Los cuerpos en el suelo de la gasolinera no se movían. Tampoco respiraban. Él enfundó la pistola y se acercó al cadáver de Barr. Pateó su cabeza y rodó por el suelo dejando un rastro de piel y bilis. Lo que quedó de Barr era un esqueleto vestido con ropas mugrientas y una sucia calavera con una polla tallada en la frente. Lo mismo había ocurrido con sus compañeros: meras pieles que huían de los cadáveres tiroteados, sus previos huéspedes. Una de las caras, la del primer tipo más violento, reptaba con esfuerzo hacia la salida del local. Parecía una máscara triste, una mueca horrenda y llena de pánico. El viejo salió de la barra a toda velocidad y, de un escopetazo, se encargó del macabro rostro. Un sonido fantasmagórico recorrió como una brisa el local. 

No se intercambiaron más palabras. El mensajero arrastró los despojos del tiroteo fuera de la gasolinera. Cabó un agujero y, antes de enterrar a los robapieles, se tomó las molestias de agarrar su navaja y eliminar el garabato de la calavera. Los recuerdos de su adolescencia parecían empeñados en resurgir, aunque no esperaba verlos volver de forma tan violenta. Esperaba enmendarlo de ese modo. Hecho esto, volvió a la gasolinera a por su macuto y las bolsas. No le había pasado nada al macuto, el balazo no era gran cosa. Se despidió del viejo, dejó unos billetes más por las molestias y se despidió con la mano.

Partió otra vez hacia el Este. Había gastado un par de balas, pero tenía de sobras para lo que quedaba de trayecto. Lo más probable es que fueran imaginaciones suyas pero su paquete pesaba cada vez más. La bola roja de cristal que debía entregar luchaba en su macuto. Uno incluso diría que rodaba en dirección opuesta a los pasos de su mensajero. El hombre se resistía, impasible, y sus botas se hundían en el agrietado suelo. Descendía hasta Le Lagon des Toussons. Ni siquiera las malas hierbas querían crecer en ese lugar. 

TO BE CONTINUED

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Buenas, queridas lectoras. Siguen las aventuras de El Tipo, mi propio Man with No Name. Más name dropping, más bizarradas y, por mi parte, muchísima diversión. Quizá acabe haciendo un glosario de todas las palabras raras (Ilesia, Monte Real, samana, robapieles, los Mundos...). Quizá acabe haciendo un mapa también. En fin. ¡Espero que os guste esto tanto como a mí! Si tenéis cualquier cosa a comentar ya sabéis... tenéis mi twitter y el área de comentarios de aquí abajo. ¡Gracias por vuestro tiempo! Talué.

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