EL ERMITAÑO - IV - BALAM

El Hombre, sentado en la abismal montaña, canta así al gigantesco Balam:

Balam, permítame la siguiente cuestión,
la cual Asmodeo dio mala respuesta.
Vos, nacido del Mar Muerto, permítame
ahora el preguntarle a usted,
¿Sabe qué hago aquí?

No lo se yo, ciego y perdido en la neblina
de mis pensamientos, busco respuestas
en vano, y por más que me afano mi mente no atina.
¿De donde vine y a dónde iré?
Algo es cierto, y así lo diré.
Ante Balam estoy, y tú aquí estás.

Las tres cabezas de Balam sonríen al unísono, y contestan :

Tarde llegas, hombrecito,
y tus preguntas más veces he oído.
Muchos otros como tú han acudido ya,
al grande y poderoso Balam,
partieron con nada, y así como vienen se van.
¿Quién dice que tendrá la respuesta Balam?
Si desearas Poder yo te lo daría,
pues dirijo cuarenta legiones de soldados,
que valientes y sin igual todo por ti harían.
Pero en todas esas legiones,
llenas de muertos y esqueletos,
no está aquello que te descompone,
en otro lado están tus secretos.
Si el futuro deseas ver tú,
solo puedo decirte que veo largos caminos,
veo al Ermitaño, veo de pies ancianos
un viejo hechizado, hecho vudú.

Veo al Sacerdote, colgando de lo alto,
de mirada triste y nulo futuro…
y Justicia, la veo a ella también...

He visto tu camino y el DÓNDE,
y ese lugar resulta un tanto circular,
si deseas por fin las vueltas cesar,
busca a Batin el Duque.

Debes continuar con tu recorrido,
y buscar a aquél que aquí te ha traído.
Tu lugar no es este, y eso está claro,
por cómo se descompone tu ser,
poco a poco, pedazo a pedazo,
busca a Batin, búscalo a él.

Los demonios no son seres que admiten largos coloquios, y así el Hombrecillo parte una vez más hacia la infinidad.


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