Meditación - Sobre el fin del mundo

Un aire helado atraviesa el auditorio. El silencio flota entre los asientos; entre las vigas del edificio; entre las cabezas del público. La conferencia (oh, qué mala eres, ironía!) fría y sosa trata sobre lo más importante: el fin del mundo. Dejando de lado la mayéutica, la retórica, los discursos y las TedTalk, el individuo está dando lo mejor de sí. Con grandes y elocuentes palabras, sudando la gota gorda, intenta dibujar en la cabeza del público un escenario apocalíptico. Este apocalipsis, lejos de utopías, supone el fin del comfort que conocemos. El conferenciante, que trata de crear vínculos y emplear ejemplos cercanos, realiza sus mejores esfuerzos para conectar con el público y acaba fracasando. No resulta muy efectivo: un tipo de la tercera fila extiende sutilmente su muñeca, deja caer la cabeza y observa el reloj; una anciana de la primera fila bosteza. Como Sísifo, el conferenciante lleva sus palabras hasta el fin de la charla en un esfuerzo inútil. La gente se levanta, sin aplaudir, y abandona el auditorio. ¿Qué acaba de ocurrir?

La escena que he descrito podría conectar con el lector perfectamente, ya seas el conferenciante o del público. Mi objetivo no es tanto tratar el apocalipsis, el fin del mundo o la nueva solución mágica que pretende enseñarse en una conferencia con entradas de pago en una academia o liceo aleatorio. Esa escena, que parece tan normal, cotidiana y poco memorable es muy triste. Verdaderamente triste. Nos encontramos en un estado actual de apatía, digamos, climática. ¿Y qué mas da que se acabe el mundo? Tendré que ir a trabajar mañana. espetaba un tipo cualquiera ante el fin del mundo. Ya estaré en el hoyo para entonces podría responder otro al apocalipsis. ¿Cómo nos hemos podido volver tan indiferentes?

Según Timothy Morton, profesor de la Rice University, el problema de la indiferencia se encuentra en la repetición del discurso. Este hastío ante el apocalipsis (a ver si viene ya, que no tengo todo el día) se debe a que, en su origen, los movimientos ecológicos ya clamaban el fin del mundo cuando aún era lejano. El discurso originario ya trataba sobre polos derritiéndose, sobre los efectos del plástico en los mares o la deforestación del Amazonas. Dicho de otra manera, los discursos que se empleaban en el inicio del movimiento siguen siendo los mismos hoy en día. En consecuencia, lo que conseguimos es un auditorio aburrido ante el Fin del Mundo nº 6898. El espectador, que recibe un aluvión de facts sobre el fin de la vida, primero se horroriza, luego busca respuestas y...no las encuentra. Suele darse a entender que una de las soluciones es la participación popular, aunque no parece que la respuesta a todo el cambio climático (o extinción, dicen algunos) sea hacerse vegano o dejar de consumir ciertos productos. Otra de las soluciones se centra en las grandes empresas, en reformarlas y adaptarlas a un sistema de producción que no lleve hacia el fin. A mi entender, y creo que Aristóteles estaría de acuerdo conmigo, la solución se encontraría en el término medio. De existir una posible solución, esta sería: obrar de un modo ejemplar (tener en cuenta lo que se consume, cómo se viaja, cómo se recicla...) y al mismo tiempo hacer lo posible para cambiar las políticas de la ciudad y de las empresas. Afirmar que la culpa es nuestra, como se suele decir, es muy vago. Al dar ese paso, hablar de "nosotros" cuando no ha existido unidad general, llevamos la culpa a todo el mundo. La lata de Toro Rojo que estás tomando ahora no va a llevar al fin del mundo (no directamente, claro)...

La realidad es que el ecologismo no interesa. Se encuentra lejos de nosotros, parece inalcanzable y encima pide ser virtuoso y menos egoísta. El problema, como plantea el filósofo Arne Næss, es que entendemos que el mundo y nosotros somos cosas distintas y separadas. Aquí disentiré un poco con mi amigo Aristóteles y Kant: está bien que seamos racionales, pero la idea de que estamos en la cima de la pirámide animal...acaba resultando negativa. Cuando uno llega a la cima resulta complicado ver a todos los involucrados en la base piramidal. En la base no sólo se encuentran animales, también árboles, montañas, ecosistemas enteros, el planeta en sí. Es un problema, en parte, de cómo vemos el planeta, las ciencias, el día a día. Algunos no tardarían en responder ahora: La tierra se puede ir a la mierda, pero yo me las apañaré. ¡Dejadme un momento, voy a ver qué dice la ciencia! como si de un oráculo griego se tratase. Pero no podemos tomar a los científicos por oráculos. No podemos ver en el futuro. Al mismo tiempo, la ciencia y los científicos, responderían socráticamente afirmando que no saben nada:

  • CIUDADANO: Por supuesto, seguro que usted tiene las respuestas, ¡oh científico de renombre! 
  • CIENTIFICUS: Ciertamente tengo respuestas. El problema se encuentra en la infinidad de preguntas y respuestas que existen. ¿Quieres saber que pasará? Eso no te lo puedo decir, ciudadano. Puedo calcular una o varias posibilidades, pero no puedo afirmar o asegurar estas. ¿Quieres saber qué estamos haciendo con todo esto? Bien, tengo estudios para ello y te puedo afirmar que A (nuestros medios de producción) y B (el planeta) no se llevan bien.
  • CIU: Entonces, ¿qué debemos hacer si A y B no se llevan bien?
  • CIE: Pese a que realizamos experimentos y estudios al respecto, no podemos determinar exactamente cuál es la posible solución...
  • CIU: ¿Qué habéis hecho? Dímelo, cuéntamelo. Lo llevaré a la ciudad y allí lo aplicaremos.
  • CIE: En primer lugar, probamos premiando a aquellos sujetos que movían la basura de un punto a otro. Sin embargo, el sujeto reciclaba tan sólo por el queso y no podía demostrar que entendía el propósito global del experimento. En segundo lugar, separamos a los sujetos en dos entornos distintos: en el primero, los sujetos se encontraban en un mundo post-apocalíptico sin premios; en el segundo, los sujetos tenían todo lo que querían y, al final de su sala, se encontraba una ventana hacia el apocalipsis. Probablemente la solución se encuentre en el premio, en cómo se gestiona o las cantidades en que este se utiliza...
  • CIU: Tiene usted toda la razón, ya veo....espera. ¿Está hablando de ratones?
  • CIE: ¿De qué si no? ¿O acaso espera que tenga una solución universal?

Aunque sea en tono jocoso o humorístico, la anterior conversación nos muestra algo: la ciencia es pura observación y experimentación (pretende ser descriptiva, no pretende incitar a algo). Podemos apoyarnos en ella pero no confiar ciegamente. Y del mismo modo que todos cambiamos de opinión y mejoramos nuestros conocimientos al crecer y pasar los años (así en general, también hay gente para todo...) también las hipótesis y teorías científicas son corregidas y evolucionan. ¿Debemos, entonces, descartar que la ciencia sea un dogma? Tampoco me corresponde a mi eso. Lo que pueden afirmar los científicos es que lo que estamos haciendo está mal. Aún así, los científicos no podrán afirmar del todo un camino a seguir; pueden proponer o suponer que X o Y soluciones son mejores (del mismo modo que podría decirnos eso un sociólogo, por ejemplo) y luego verse obligados a corregir dichas afirmaciones. El ejemplo inicial, el de la conferencia, resulta muy común. Uno de los problemas de las conferencias sobre toda esta temática es que no presentan soluciones al problema. Claro, mucha gente espera un avance tecnológico, como un invento de Doraemon, que solvente todos los problemas al instante. Eso, pese a lo bien que suena, no existe. Otras soluciones no resultan tan atractivas para la mayoría de ciudadanos: como una democracia directa, ser más activos en nuestra comunidad o barrio, etcétera. El momento del impacto pasó y con él pasó el "horror" del fin del mundo. 

Por un lado, no creo que debamos confiar en discursos institucionales ni empresariales; debemos implicarnos e intentar realizar cambios en nuestras políticas y empresas. Luego, no deberíamos confiar ciegamente en los discursos que provienen de conferencias aburridas, de sillas intelectuales que muestran el problema y nada más (ya hemos visto el problema, llevamos años recibiendo el problema). Es el momento de pasar a la acción. Por otro lado, tampoco soy tan ingenuo como para creer que existe un sentimiento de colaboración entre todos nosotros. Descarto totalmente que cada uno de nosotros piensa en lo correcto. Creo que somos egoístas, por buenos o malos motivos, y nos falta ese cambio de percepción del que habla Arne Næss. Menos hablar del fin del mundo y más evitarlo. 

Así que no podemos fiarnos de las empresas y las corporaciones ni tampoco de nuestros conciudadanos...parece que entramos en un grave conflicto, ¿no? Una posible solución se encuentra en todo esto: combinar la acción y una mirada crítica en nuestro día a día. No debemos caer en una conspiración o en el negacionismo puro, como decía Kant: quedarse en el escepticismo es algo demasiado bonito, muy cómodo. Quiero, humildemente, invitaros a la acción. ¡Hablemos de ello! Es el momento de participar, de ser más limpios, de decir basta. Actuad, individualmente o colectivamente, en solitario o con ONGs...pero actuad.

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Desde un tren de la R2 vi parques enteros llenos de: latas, bolsas de supermercado, sofás destartalados, cristales rotos. La gente se movía por allí como si eso fuese lo normal (es que lo es). Esa imagen me encendió por dentro y, al mismo tiempo, me conmovió y entristeció sobremanera. Siempre he creído que hacemos poco (o nada) pero me falta dar el paso a la acción. Estoy de acuerdo con Susan Sontag cuando decía que lo difícil no es pensar algo o posicionarse, lo difícil es vocalizarlo y decirlo en voz alta. Y ese es mi objetivo, vocalizar lo que siento y pienso y dejar atrás el silencio.

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