Meditación - Sobre Verdades y Mentiras

Miro fijamente al techo. Busca mi mirada y, evitando todo contacto visual, pretendo ignorar su pregunta. "¿Cómo te hizo sentir eso, G.?" Por el contexto, entiendo que se dirige a mi. Aunque resulta complicado saber eso cuando existen tantas personas dentro de mi.


— Bueno... 


¿Qué debería decirle? Me siento incómodo. Mi existencia me incomoda. Puedo sentir como cada poro de mi cuerpo se opone a mis actos; mis nervios rechistan también en contra. Me contraigo y endurezco, preparado para recibir un golpe, ante muchas situaciones de la vida. ¿Por qué actúo así? Quizá, como dicen algunos, un día dije SI a una petición...y ahora soy un SI compulsivo. Una máquina incapaz de negarse ante la vida. Soy polifacético, curiosa palabra. Po-li-fa-cé-ti-co. Podría decirse que dispongo de diversas caras, efectivamente. Soy un trabajador obediente que cree en su empresa. Para gente como F. o M. soy el metalero, el experto en música. También soy el experto en informática (pese a que acudo a Google, muerto de miedo, cuando escucho un ruido extraño en mi ordenador). Para mis excompañeros de secundaria soy un antipático (y un friki). Para mis antiguos profesores era un pasota y un futuro fracaso (y ahora estudio Filosofía). Para C, E y G soy el payaso gris, feliz por fuera y triste por dentro. Quizá “payaso gris” sea el más acertado. ¿Entiendes a qué me refería? Soy polifacético y para mi familia muchas veces soy un enigma. 


Efectivamente, creo que a lo largo de la vida he sido múltiples cosas. He estado, igual que mi cuerpo, en una constante evolución. Menudo horror sería despertar, dentro de 50 años, y descubrir que sigo siendo aquel crío que quería ser una estrella del rock. Construcción y Destrucción, ejes de mi vida. Soy, aunque odie el uso que tiene, una estatua de mármol armada con un martillo. Quizá ahora soy meramente eso, una estatua inmóvil, pero dame tiempo y verás como mi martillo moldea mis extremidades y mi libertad. Mi problema es que siempre he entendido cada "persona" dentro de mí como algo ajeno, como piezas extrañas que no encajan. Si acepto que soy todo lo que hago, soy puro acto. Ser puro acto me lleva entonces a una existencia algo dispar (pero no polifacética). Si resulta que no encaja lo que pienso con lo que aparento entonces.... también tengo un problema. La solución no puede encontrarse únicamente en mis actos o la apariencia.


Creo, pues, que hay algo puro en mí, en las profundidades de mi ser. Ese algo puro es un mineral en bruto, una región inexplorada y olvidada. Es mi núcleo o alma. La imagino como un niño, mi Yo del pasado. Se enfrenta a lo horrendo en su día a día jugando con muñecos monstruosos, esqueletos, piratas y dragones. Baila cuando le apetece, cuando algo invade su corazón y el cuerpo le pide movimiento. Ríe a pleno pulmón, sin preocuparse por el resto de oídos. Creo que esa es mi identidad, el resto son fragmentos de ese niño, fragmentos alejados y distintos. En definitiva, creo que en el epicentro de mi ser se encuentra esta cosa bella, salvaje y tierna que debo rescatar, salvaguardar y mimar. Ese niño siente, piensa y habla. Es mi Pepito Grillo, ese familiar que me espera cada día al volver a casa. Y...creo que lo he ignorado demasiado tiempo. Me he hecho el sordo ante sus consejos y su forma de vivir. Me recomendaba hablar con quien quisiera y yo le respondía: ¿pero qué pensarán de mí? ¿Crees que caeré bien? El niño simplemente me invitaba a ser honesto, ser directo, y yo callaba sus consejos con dudas y preguntas. Si actúo como ése niño seré una unidad, un núcleo fuerte y robusto. Nada romperá mi discurso. Nada ensuciará mi conciencia. Nada hará que mi nariz crezca. Dejar la apariencia atrás me permitirá avanzar mucho más. Basta de mentiras. Basta de convenciones.


En pocas palabras, digamos que estoy trabajando en ello. Poco a poco, trato de ser más cariñoso y honesto con mis seres queridos. También digo la verdad cuando nadie la emplea. Digo lo que siento cuando todo es apariencia...y me va mejor. Creo que esto era lo último que necesitaba sacar de mi pecho, la última bolsa de basura. Gracias, Doc.


________________________________________

Las Navidades del 2019 fueron muy curiosas. Pasé parte de los últimos meses de ese año escribiendo un librito de poesía (El Ermitaño), impulsado por el aluvión de ideas que supuso la carrera de filosofía. No le dije nada a nadie y mi único y mejor apoyo fue mi pareja. Regalé El Ermitaño a mi familia, un regalo "casero", para todos ellos. Les pilló por sorpresa: ¿Gerard, has escrito esto?. Eso se me quedó marcado en la mente, impreso perfectamente. No les puedo culpar. ¿Por qué debería sorprenderme que no me conozcan plenamente, si ni siquiera me conozco a mi mismo? Quitando todo esto, les encantó. Recibí mensajes de Whatsapp tratando los poemas, por parte de mi hermano y mis primas. Es una sensación maravillosa y, en parte, es por estas cosas que escribo todo esto. Esta entrada es una meditación, pero no es filosófica, poética ni otras -icas. Esta meditación es muy yo, dejémoslo ahí.


Comentarios

Entradas populares de este blog

El Tipo, un bar y una calavera tallada

El Tipo en la Ciudad de Bos'on

EL ERMITAÑO - IV - BALAM