El Vago

Hace mucho dibujada cosas para mis escrituras. Hace mucho escribía cosas para mis dibujos. Ambas se desdibujan. Ambos relatos se difuminan. También se ha difuminado el resto de relatos para mi. Partía, al inicio de todo, con grandiosas intenciones. ¡Semejante estupidez! Primero quería dejar algo en el mundo, crear y compartir. Esto me sigue pareciendo loable, pero no debe ser "para el mundo". Debe ser para mi. Luego decidí acompañar estas creaciones de significado. Pero, a diferencia de todos los autores que adoro, yo no me encuentro atravesado por una gran miseria. No he sido herido fatalmente en África. No veía el rostro de Dios en la ventana de mi habitación cuando era chiquitito. No he visto un destino claro ni un camino repleto de losas doradas. Nada me ha guiado hacia el horizonte. O eso creía.

Siempre he estado perdido. Recuerdo mi Bachillerato, otra etapa difuminada. Todo el mundo estaba estresado por aquel entonces. Números por aquí y números por allá. La preocupación principal era acceder a la universidad. Mi preocupación principal era que no le veía sentido a la universidad. Era genial eso de estudiar para algún día poder ser aquello que deseas. Aunque claro, yo no veía eso que deseaba en el horizonte. ¿Para qué estudiar? ¿Para qué recorrer un camino? Se me ha malinterpretado siempre como un pasota, como un holgazán. Nunca se me ha leído como alguien deprimido ni como alguien sumido en pensamientos muy oscuros. Imagino que, en parte, se debe a que mi exterior es feliz, extrovertido y lleno de buen humor... Volviendo al flashback. Mi bachillerato era una mezcla de atender a clases de literatura catalana y castellana (que adoraba con todo mi corazón) y hacer campana. Aprovechaba los recreos para escabullirme, recorría el centro comercial de la ciudad observando los últimos productos, observando a la gente trabajar angustiada. Me gustaba observar la realidad. Casi como si fuese un espectador. En esa película (demasiado real) todo el mundo tenía un papel excepto yo, que estaba sentado en un sillón con mi refresco y palomitas. 

Recuerdo participar en las dos obras de teatro que prepararon en las clases de literatura. En uno de esos días de ensayo, acompañé a la profesora a por sillas y atrezzo en otra aula del instituto. Por el camino se mostró preocupada por mi y, por primera vez, encontré que una docente me preguntaba si me encontraba bien. Interés real, más allá de las notas y del camino a recorrer. Recuerdo romper a llorar y decir que "todo era demasiado para mí". Muy poco concreto, pero esa profesora supo consolarme en ese momento. Debió verlo en mi rostro, que es demasiado expresivo. A menudo se me ha llamado sensible, algo que detestaba hace tiempo. Crecí reprimiendo esa sensibilidad, que se me había dicho que era de "chicas", convirtiéndome en alguien frío y distante. ¿La sangre? A él no le molesta. ¿El más serio de la clase? Es él. 

Ahora me estoy reencontrando con mi sensibilidad. Me ha costado trabajo volver a deconstruirme, todavía sigo en ello, pero cada día estoy más en paz conmigo mismo. No soy frío ni serio, me resulta imposible. No soy un holgazán ni un pasota. Me importa el futuro, quizá demasiado. Estos días me siento atravesado por el mundo, no soy ajeno a mi entorno. Quizá no tenga una gran tragedia a mis espaldas, como otros. Quizá mi pasado no contenía fantasmas, ilusiones y magia. Siempre he romantizado todo eso y por algo adoro Werther, Blake... Ahora estoy mejor, mucho mejor. Sigo dibujando, tocando la guitarra, escribiendo tonterías como lo deseaba mi versión más pequeña y jóven. No me quedo callado y hablo. Trato de ayudar a los demás. Aunque no sea tan activo por aquí o en redes sociales, sabed que voy a mi rollo e intento, siempre que se puede, estar presente. Mucho menos perdido.

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