El Hombre, sentado en la abismal montaña, canta así al gigantesco Balam: Balam, permítame la siguiente cuestión, la cual Asmodeo dio mala respuesta. Vos, nacido del Mar Muerto, permítame ahora el preguntarle a usted, ¿Sabe qué hago aquí? No lo se yo, ciego y perdido en la neblina de mis pensamientos, busco respuestas en vano, y por más que me afano mi mente no atina. ¿De donde vine y a dónde iré? Algo es cierto, y así lo diré. Ante Balam estoy, y tú aquí estás. Las tres cabezas de Balam sonríen al unísono, y contestan : Tarde llegas, hombrecito, y tus preguntas más veces he oído. Muchos otros como tú han acudido ya, al grande y poderoso Balam, partieron con nada, y así como vienen se van. ¿Quién dice que tendrá la respuesta Balam? Si desearas Poder yo te lo daría, pues dirijo cuarenta legiones de soldados, que valientes y sin igual todo por ti harían. Pero en todas esas legiones, llenas de muertos y esqueletos, no está aquello
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