Desgarro: El leñador en cólera
Los gritos llenaban la aldea
(contundentes, sangrientos)
al mismo tiempo que el hacha
(junto a lloros y lamentos)
se adentraba rítmicamente
en la carne de las víctimas.
-¡Perdonadme!, gritaba el leñador,
soy presa de algo superior a mí;
el ruido invade su cabeza
y distorsiona sus pensamientos.
La muchacha llora, (sangre y lágrimas)
y su pecho se parte en dos:
muerte y belleza,
(lo siento mucho, de veras), él piensa,
el ruido aumenta.
Un pícaro golpea al leñador con una silla;
¡pam! (son cosquillas)
no siente nada, el ruido no cesa y
el leñador, otra vez, vuelve a talar.
Árbol tras árbol
el leñador no dejó tronco en pie,
la aldea quedó vacía,
ausente de vida.
Tiempo más tarde,
un viajero arrancó su vida,
disipó toda nube;
apaciguó todo ruido;
enterró al leñador;
la aldea pudo descansar en silencio.
Plantó el viajero una semilla,
hija del otoño,
con la esperanza de atraer vida
y que el silencio se torne,
algún día,
melodía.
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Viajamos hoy a otro lugar, a una aldea lejos de aquí, donde un dios (o quizás un mago, una bruja o un espectro) ha decidido castigar a una aldea por sus pecados. Es la historia de otro desgarro, impulsado por entes abstractos, que bien podría ser traído por dioses, por la inestabilidad emocional o vete a saber tú...
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